Autora: Noemi Noya I @noeminoyaeducacionsocial
Uola! Me presento: Mi nombre es Noemí Noya. Soy Educadora social, y actualmente trabajo en la Unidad de Apoyo en Entornos Naturales en una asociación de personas en Condición del Espectro del Autismo (CEA).
En este primer post, estrenándome en el blog de mi querida Lucía, había pensado en escribir sobre el autismo, pero tras darle muchas vueltas hoy os propongo un tema que también me parece importante tratar: ¿Cómo es la figura de la educadora o educador social actualmente en Galicia?
Hace unos días charlábamos en un grupo de whatsapp sobre cómo había evolucionado nuestro perfil profesional. Sin embargo, a día de hoy, creo que todas y todos las/os edusos, seguimos en la lucha de explicar cuáles son nuestras funciones (y no solo a nuestros familiares y amigos/as cercanos).
Cuando digo que soy educadora social la gente pone cara de asombro y dice frases tipo: “cuánta falta hace en la sociedad”, “pues sí que tienes trabajo”, “qué duro educar a la sociedad”, etc. Realmente creo que muchas de esas personas no tienen ni idea de lo que implica ser educador/a social, y a más de una he tenido que explicarle que no se trata de ir educando a las personas incívicas, sino de ofrecer apoyo y servir de guía a quién lo necesita. Pero no todo es vocación, nosotras/os también tenemos el vicio de comer, y querer vivir de nuestro trabajo.
Es obvio que nuestra profesión es necesaria y nos consta que trabajo hay. Pero, ¿está dispuesta la administración pública a reconocerlo?
Alerta, SPOILER: NO.
En las cosas incongruentes de esta nuestra querida sociedad gallega, nos encontramos con tres facultades que ofertan el Grado de Educación Social: la Universidad de Santiago de Compostela (USC), la Universidad de Coruña (UDC) y la Universidad de Vigo (UVI), con campus en Ourense.
A estas alturas de la película me imagino que os estaréis preguntando: ¿A dónde van a parar todas esas personas graduadas?
La respuesta es: muchas de ellas ni siquiera llegan a ejercer y el resto termina en asociaciones u organizaciones sin ánimo de lucro o empresas privadas que “reconocen” la necesidad de nuestra profesión, pero no están dispuestas a pagarla. O me atrevería a decir, que se dejan llevar por ese vacío legal en el que cualquiera con un mínimo de nociones sobre educación puede ejercer nuestro trabajo. En fin, ¿y qué hacemos las educadoras y educadores sociales? Aceptar contratos de Técnicos/as de Integración Social (con todo el respeto del mundo a nuestros compañeros/as), asumiendo responsabilidades que nos competen (pero que no pagan); o bien, intentar sobrevivir luchando por nuestros derechos.
La crítica no está solo en las empresas, sino en el sistema. ¿Cómo es posible que se ofrezca un grado en tres facultades y no exista hoy en día una Ley que nos ampare?
Por no hablar del sistema de oposición, en el que los puestos para Educador/a Social están a disposición de cualquier profesional de la educación (o ni eso). Como la lógica presupondría, en las oposiciones de otras categorías profesionales el requisito indispensable es que dicho aspirante cuente con el título que acredite la formación para la que oposita. Por ejemplo, todos sabemos que una médica necesita su título de medicina para optar al MIR; lo mismo un psicólogo para el PIR, o una enfermera para el EIR, un profesor de primaria para Educación Primaria, o una profesora de Pedagogía Terapéutica para Educación en la especialidad de PT, y así sucesivamente. En cambio, para la oposición a educadores basta con que quieras ir a probar suerte a un examen.

Pese a toda esta situación, las educadores y educadores sociales seguimos luchando a diario, y en muchas ocasiones por pura vocación, por el reconocimiento que nos merecemos. Explicando pacientemente quiénes somos, qué queremos, a dónde vamos y porqué estamos aquí. Esperando que algún día podamos desempeñar nuestra profesión dignamente.
Como nos decía M. Carmén Morán en la USC, la verdadera misión de las educadores y los educadores sociales es llegar a ser prescindibles en las vidas de las personas que apoyamos y acompañamos. Y qué gran verdad.
Ser prescindible no significa ser innecesario, inservible o reemplazable por otra persona. Para ser prescindible, primero tienes que estar, para que llegado el momento, puedas irte.
Y hablando de irse, me despido hasta el próximo post.

Nos vemos en redes sociales.
Gracias Lucía por ser un referente, y por crear este espacio y dar voz a tus compañeras/os.
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