Me llamo María y he sido la educadora social de una casa de acogida para víctimas de violencia de género durante 4 años.
Una casa de acogida se confiere como un espacio de recuperación integral. En ella se trabajan los ámbitos económico, psicológico, jurídico, familiar, etc. ya sea desde el propio centro con el personal técnico o a través de profesionales externos. Pero al ser tú quien está día a día con ellas, debes manejar todos los aspectos. Yo he sido chica de la limpieza, maestra, jurista, policía, técnico de extrajería…
Las mujeres que ingresan en este tipo de recursos son de fuera de la provincia. Lo que se busca es alejarla de la situación de violencia y que no sea localizada por el agresor. En este sentido lo que ellas sienten es un vértigo atroz. Ya no solo han salido de su casa y roto sus esquemas, sino que se encuentran en una ciudad nueva y desconocida en la que tienen que ser apoyadas constantemente. Las primeras semanas el trabajo con ellas consiste en acompañar. A absolutamente todo. Los trámites burocráticos son tediosos y más si desconoces lo que estás realizando y dónde te encuentras. Te conviertes en la persona de referencia para ellas, eres su caja de respuestas y, por supuesto, su hombro en el que llorar. El sentimiento de soledad es inmenso en estas situaciones. Lejos de su zona de confort y asustadas por lo desconocido, en ocasiones se evapora esa separación de trabajadora-usuaria para dar pie a una verdadera relación personal.
He vivido casos de todos los tipos: mujeres de 50 años y chicas de 18; casos que han pasado una sola noche en el recurso a otras que han llegado a estar año y medio; mujeres inmigrantes, nacionales y de etnia gitana; con y sin hijos. La violencia de género no conoce límites.
Es importantísimo armarse de paciencia y dejarles claro que esto es una carrera de larga distancia. El día a día es fundamental y debemos concentrarnos en pequeños objetivos. Empezar de cero no es tarea fácil para nadie y no se van a resolver la situación de la noche a la mañana.
Las mujeres que ingresan con menores a cargo no solo tienen una carrera de fondo, sino de obstáculos también. La conciliación ya es complicada per se, y si a ello le sumas encontrarte completamente sola, sin familia o recursos sociales a lo que acudir para que te ayuden, la incorporación al mercado laboral resulta misión imposible. Y puede resultar desesperante tanto para ella, como para nosotras como profesionales. Más paciencia.

Cualquiera que se dedique a los servicios sociales sabrá que estos pueden resultar muy desagradecidos. De la noche a la mañana puedes pasar de ser su mejor amiga a la peor persona del mundo simplemente por decir no a alguna petición. Y normalmente, respuesta que no está en tus manos sino en el propio sistema. Al final tienen que entender que se encuentran en un recurso social y existen unas normas; a veces sienten la casa de acogida como su propia casa, lo que es maravilloso para su bienestar, pero es un arma de doble filo al pensar que pueden hacer y deshacer a su antojo. El establecimiento de límites dentro de la relación con ellas y el manejo de la asertividad resulta indispensable en este trabajo.
La violencia de género es muy dura y más cuando te invade el sentimiento de impotencia al ver cómo no consigues que se cierre el ciclo y la usuaria recae en antiguos comportamientos e incluso regresa con el agresor. En esta carrera hay más derrotas que victorias, pero cuando se consigue una sola, sabes que todo el esfuerzo ha valido la pena.